Vivimos en constante cambio. El pasado está escrito y, a pesar y gracias a todo, aquí seguimos en el efímero presente que también pasa empapado de lo hecho, pero también ilusionado con las posibilidades de un futuro que emerge a cada instante. Es imposible evitar el cambio, incluso cuando nos resistimos aferrándonos a lo establecido, a la rutina, a la costumbre, a los hábitos adquiridos y a los paradigmas y dogmas que nos identifican como individuos. La resistencia al cambio parece útil en el corto plazo, pero es mala consejera en el mediano plazo y resulta letal a largo plazo. Múltiples experiencias personales y colectivas dan cuenta de ello.
Los individuos solemos percibir el cambio como una amenaza que puede quitarnos todo aquello que hubiéramos ganado, puede ser una relación, un puesto en el trabajo o los privilegios que se manifiestan en lo material y en el reconocimiento que los demás nos dan. Algunos cambios que calificamos como “positivos” nos alegran y nos motivan temporalmente, mientras la euforia provocada por un ascenso, un aumento salarial, un premio o un regalo siga viva. Otros cambios, esos que nos causan dolor, miedo o incertidumbre respecto al futuro, suelen incomodarnos emocional, mental y físicamente, lo que implica, afortunadamente, una oportunidad – casi siempre obligada – para evolucionar y transformarnos.
En el ámbito colectivo, dígase cualquier organización social como la familia, la empresa o asociaciones, la percepción respecto al cambio es muy similar, pero con un ingrediente extra que aumenta su complejidad: las relaciones humanas. Estas relaciones dan vida a los sistemas sociales donde los pesos y contrapesos, derivados de los intereses y aportaciones de los individuos que los conforman, pueden equilibrar o no al sistema para mantenerlo saludable y en evolución o moribundo y en franca decadencia.
El cambio tiene un origen externo e inesperado, es algo que puede o no ser inminente, pero siempre es súbito. La transformación, en cambio, es de origen interno e intencional, requiere voluntad, atención y trabajo permanente que, con paciencia y perseverancia, nos permite adaptarnos al entorno siempre cambiante. Digamos que, atendiendo a la ley metafísica de causa y efecto, la voluntad para adaptarnos nos abre la puerta del aprendizaje y con ello nos convertimos en agentes de cambio y no solo en espectadores que lo resisten y lo sufren.
La clave para dejar de sobrevivir y empezar a vivir intensamente en este mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo (VUCA por su abreviación en inglés) está en el aprendizaje continuo que obtenemos cuando activamos nuestra inteligencia en todas sus formas de manifestación.
¿Qué es la inteligencia?
La palabra “inteligencia” proviene del latín intellgentia y del verbo intellegere (compuesto por las voces inter, “entre”, y legere, “leer”). Desde sus inicios se asociaba con “saber escoger”, en el sentido de comprender, es decir, ser capaz de determinar los contextos y rescatar los significados.
La definición de inteligencia que hemos elegido para dar contexto al tema es “la capacidad de percibir o inferir información, y retenerla como conocimiento para aplicarlo a comportamientos adaptativos dentro de un entorno o contexto.”
Las organizaciones inteligentes son aquellas capaces de aprender colectivamente, permitiendo así expandir sus posibilidades de crecimiento. No basta con adaptarse y sobrevivir sino, sobre todo, desarrollar la capacidad de crear. Construir una organización con auténtico potencial de aprendizaje y creatividad implica el desarrollo de cinco disciplinas, según Peter Senge – científico organizacional y de sistemas estadounidense y director del Centro para el Aprendizaje Organizacional en la Escuela de Administración Sloan del MIT –: dominio personal, modelos mentales, visión compartida, aprendizaje en equipo y pensamiento sistémico (esta última también conocida como La Quinta Disciplina). Veamos en qué consisten cada una y analicemos algunas situaciones cotidianas que nos permitan saber si la empresa u organización en la que trabajamos es inteligente.

Las primeras dos disciplinas: dominio personal y modelos mentales son relativas a los individuos de la organización, pero son la chispa inicial para detonar el ejercicio de las tres disciplinas restantes que se ejercen colectivamente.
El dominio personal es la disciplina del crecimiento y aprendizaje individual en el adecuado manejo de nuestra racionalidad y de nuestras emociones. Cualquier acto humano es, ante todo, un acto generado por la emoción (a veces impulsiva) que, al mismo tiempo, se basa en una racionalidad (a veces confundida). En la búsqueda del dominio personal debemos esclarecer y profundizar nuestra visión, centralizar la energía, desarrollar la paciencia, ver la realidad con objetividad y conectar el aprendizaje personal al colectivo.
La superficialidad es la principal barrera que nos impide practicar el dominio personal en el conocimiento adquirido, que suele ser el mínimo necesario para lograr un objetivo personal y de corto plazo. El individualismo es altamente contagioso y permea en toda organización de manera acelerada, ocultando las relaciones de conveniencia entre grupos de interés y disfrazándolas de colaboración aparente. ¿Te suenan frases como “yo hice mi trabajo”, “esa no es mi chamba” o “eso es culpa de…”?
La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan.
Para salir del letargo que causa el individualismo, resulta importante abrir la mente para percibir el mundo real bajo distintas perspectivas. Senge llama a esto como la práctica de modelos mentales. Estos son supuestos profundamente arraigados, generalizaciones e imágenes que influyen en el modo de pensar, comprender y actuar de las personas, es decir, son los mapas mentales habituales.
La organización se comprende en su contexto y se actúa en él según paradigmas y creencias implantados en lo profundo de nuestra mente. Practicar los modelos mentales nos da la capacidad de desenterrar las imágenes internas del mundo, observarlas, examinarlas y tomar consciencia de ellas para hacerlas consistentes con la realidad en favor de los objetivos, pero sobre todo nos ayudarán a dominar nuestras emociones y enriquecer nuestro raciocinio. Activar el pensamiento crítico y no caer en las garras de la pereza cognitiva es un acto de voluntad que impulsa la creatividad y abre el portal de la transformación personal. ¿Has escuchado frases como “aquí siempre lo hemos hecho de esta manera” o “aquí te aclimatas o te aclimueres”?
Limitaciones y amenazas de las organizaciones jerárquicas
Uno de los paradigmas más arraigados en los modelos mentales en el ámbito de las organizaciones de todo tipo, es percibirnos en estructuras piramidales jerárquicas que limitan la creatividad y amenazan la colaboración.
Las tres disciplinas adicionales se practican de manera colectiva, siendo más sencillo ejercerlas cuando los individuos se encuentran inspirados y motivados a llevar a cabo las dos primeras disciplinas.
La visión compartida brinda enfoque, concentración y energías para impulsar el aprendizaje individual y colectivo. Es imposible lograr progresos importantes en las organizaciones cuando carecen de una visión compartida; a pesar de que, por moda o por costumbre, ya definen una visión para el futuro. Sin embargo, suele ser una visión que unos pocos, típicamente los dueños o directivos de las empresas, intentan imponer sin éxito al resto de los colaboradores.
En contraste, cuando hay una visión genuina, la gente la comparte y se abre al aprendizaje continuo no porque se lo ordenen, sino porque lo desea. Así, la práctica de esta disciplina enseña a los lideres que es contraproducente imponer una visión, por sincera que sea.
Una visión compartida deberá permitir planteamientos de transformación adecuados, tomando en cuenta los cambios en el contexto donde la organización se desempeña. Por lo tanto, la visión compartida debe orientarse a “mirar hacia adentro” para descubrir sus propias pautas internas de “excelencia” y los ciclos de perfeccionamiento. En definitiva, las organizaciones inteligentes requieren construir una visión de futuro compartida y estimulante para los miembros que la conforman. No es posible crear visiones compartidas sin incluir visiones personales que comprenden la vida personal, profesional, organizacional y familiar. En el mundo post pandemia, las empresas deben eliminar toda presión y exigencia que impida el equilibrio entre el trabajo y la familia. El equilibrio entre trabajo y familia no sólo está relacionado con el tiempo sino con los valores, por ejemplo: si en una organización autoritaria se destruye la autoestima de las personas, cómo se pretende que, como padres, alentemos la autoestima de nuestros hijos.

La cuarta disciplina es el aprendizaje en equipo cuya base es el diálogo abierto y permanente. Para aprender colectivamente, los miembros del equipo deben eliminar los “supuestos” para enfocarse en el análisis de información (cuantitativa y cualitativa) relacionada con el contexto. Las diversas interpretaciones derivadas del análisis deberán alinearse para enfocarse en lograr el resultado que se busca alcanzar. El aprendizaje se construye sobre la disciplina para desarrollar una visión compartida a través del dominio personal.
El aprendizaje individual en el enfoque de trascendencia colectiva es irrelevante para la organización, los individuos pueden aprender todo el tiempo y, sin embargo, no tener aprendizaje organizativo. Los retos existentes en las organizaciones requieren que el aprendizaje sea en equipo, puesto que las ideas generadas en grupo son más creativas, innovadoras y de mejor calidad que aquellas generadas individualmente. Interactuar permite contrastar los modelos mentales de cada persona, logrando ampliar la visión y reduciendo los sesgos cognitivos que nos provocan puntos ciegos al momento de tomar decisiones.
El pensamiento sistémico es la disciplina que integra las otras cuatro disciplinas de las organizaciones inteligentes. Toda organización social es un sistema cuyos elementos están unidos por eslabones invisibles de acciones interrelacionadas que nos permiten visibilizar los patrones conjuntos de comportamiento y su adaptación a los cambios sutiles o radicales que se generan en el contexto. Observar y analizar el sistema en su conjunto es una labor que requiere múltiples liderazgos que no solo funcionen de forma reactiva, sino que generen transformaciones en favor de la evolución de la organización.
Las transformaciones generan caos porque implican momentos de gran perturbación y desorganización, como resultado de ello, producirán una nueva forma de organización, aunque pasen años antes de alcanzarla. Con cambios trascendentales es importante entender que las situaciones caóticas son el principio de algo muy importante. El caos en sí mismo guarda también una armonía e impulsa la creatividad. Para poder subsistir será necesario abandonar la zona de confort y transitar por caminos de incertidumbre donde, seguramente, se descubrirán nuevas posibilidades y oportunidades que jamás se nos hubieran ocurrido antes.
Para transformar una organización tradicional en una organización inteligente, es decir, una que desarrolle capacidades de aprendizaje y gestione el conocimiento, primero, debe cambiar la visión respecto del trabajo, pasando de un enfoque instrumental a uno que integre los beneficios colectivos, los que guardan una mayor coherencia con las aspiraciones humanas y no sólo se limitan a la satisfacción de las necesidades más básicas como la remuneración, el salario para los empleados o las utilidades y dividendos para los socios y accionistas.
Convertirse en una organización inteligente no es fácil. Es indispensable que quienes dirigen los niveles estratégicos de la organización conozcan, practiquen e incorporaren las cinco disciplinas sistémicas. Si queremos resumir parte del espíritu de estas cinco disciplinas, podríamos concluir que una organización inteligente es aquella que tiene la capacidad de aprender más rápidamente que sus competidores y, lo cual será la única o principal ventaja competitiva.
En el plano personal tú tienes la elección. Puedes optar por reaccionar y resistirte al cambio permanentemente o decidir transformarte desde adentro para evolucionar, abrazando la complejidad del mundo y la incertidumbre del futuro emergente.