En los años 80 los niños y adolescentes de la época estábamos enganchados en metaversos de videojuegos. Había de todo alrededor de la popularmente llamada “maquinita” —nombre genérico que refería a la estructura construida con madera de triplay diseñada para soportar la pantalla, la consola y los controles con palancas y botones para controlar los movimientos en el juego— donde la diversión estaba garantizada en cada duelo de Street Figther; el ganador, se divertía aún más.

La emoción de superar niveles más complejos y la expectativa del nuevo reto que tendrías que superar en la saga de Super Mario Bros, a veces te dejaba en vela y con ámpulas en los dedos y palmas de las manos, resultado de las horas de juego de la tarde anterior.

En el barrio donde viví, era costumbre reunirse con los amigos para jugar en el local de las “maquinitas”, la tienda de la esquina o la farmacia. Todos jugaban al formar su moneda en el tablero y, bajo el sistema de retas, el ganador se mantenía para jugar con el próximo en turno. Conforme pasaban las reuniones, más jugadores se sumaban, las rivalidades crecían y, a veces, se cruzaban apuestas. Este metaverso integraba la realidad virtual del juego con la realidad física de la vida, desde entonces había una economía alrededor de esta industria que abarcaba el diseño y programación del videojuego, como: la venta de licencias de uso, el diseño y maquila de las “maquinitas”, los locales de entretenimiento, las amenidades como refrescos y golosinas por parte de los locatarios.

La industria de los videojuegos ha evolucionado y crecido exponencialmente en los últimos 40 años. Actualmente, las historias y universos que nos presentan son mucho más complejos y estimulantes para los sentidos humanos, utilizando realidad aumentada, técnicas cinematográficas para elaborar guiones y la conectividad en tiempo real para jugar desde cualquier parte del mundo. El punto de reunión para jugar ya no es el local del vecindario o la casa del amigo, ahora es una sala virtual donde el alter ego de la persona se manifiesta por medio del diseño de un avatar, que puede obtener artículos diversos tales como ropa, accesorios, armas, autos, casas y todo tipo de posibilidades llevadas del mundo real a lo digital, para que el personaje y la persona detrás fortalezcan su identidad en un universo donde, finalmente todos son parte del guion.

“El rápido avance en tecnología computacional ha permitido a los diseñadores de los videojuegos producir cada vez mejores efectos gráficos que hacen a la realidad virtual más cercana a la realidad real. Lo anterior ha llevado incluso a discutir la posibilidad de ver a la realidad virtual como lo real, y a la realidad real como una pseudo-realidad de la que el ser humano escapa para vivir en el ámbito de lo virtual.”

La responsabilidad social de la industria de los videojuegos: una aproximación desde los contenidos, Ciencia y Sociedad, Vol. 42, No. 4, octubre-diciembre, 2017.

En 2020, a raíz del aislamiento inducido so pretexto de la pandemia del COVID-19, surge en la vox populi empresarial el concepto de metaverso para referirse a una aparente tendencia tecnológica y social que, según sus impulsores, cambiará la forma en la que los seres humanos interactuamos en diversos ámbitos cotidianos como el trabajo, el comercio o el consumo.

Se busca ampliar el mundo físico a través del mundo virtual como en los videojuegos. Por ejemplo, llevando el deporte más popular del mundo como es el fútbol a la consola, computadora o dispositivo móvil, para que seas tú quien maneje a equipos y jugadores famosos como Mbappe, Messi o Ronaldo quienes, por cierto, son cada vez más parecidos la persona y sus personajes virtuales. Sin embargo, la réplica que pretende ofrecer el metaverso no solo está ligada con los videojuegos, sino con muchas de las dinámicas sociales cotidianas.

El avance tecnológico permite acercar la realidad aumentada por medio de dispositivos portables (wearebles es el término en inglés) como pulseras, relojes, gafas, guantes, botas o zapatos e incluso dispositivos implantados en el cuerpo, para lograr una experiencia cada vez más inmersiva para el usuario; también permite la interoperabilidad, a través de diversas plataformas para que el usuario pueda ir y regresar entre diferentes universos virtuales manteniendo los objetos digitales que ha adquirido, así como su identidad personal proyectada a través del avatar diseñado.

Según Bloomberg, el negocio de metaverso generará 800 mil millones de dólares anuales para 2024, proyección que ha despertado el interés de las empresas tecnológicas globales como Facebook, Microsoft y Nvidia quienes ya ofrecen plataformas y dispositivos como Meta Horizon Workrooms para llevar a cabo reuniones virtuales entre equipos de trabajo. Las propuestas más avanzadas de metaversos son las de videojuegos como Fornite o Roblox; este último ya ofrece experiencias inmersivas para realizar reuniones de trabajo, acudir a conciertos o exposiciones de arte gratuitas o de paga.

Roblox alberga cerca de 30 millones de experiencias inmersivas, desde el juego hasta encuentros sociales que van desde conciertos, deportes, eventos de moda, educación y entretenimiento.

En apariencia, el metaverso es visto como la evolución del internet con base en el Web 3.0 que ofrece capacidades de almacenamiento y cómputo distribuido, casi ilimitados, hacia el Web 4.0 que pretende difuminar la línea que separa el mundo real del virtual por medio de wearables —en algunos casos intrusivos—  que regulen las sensaciones del cuerpo y con ello provocar emociones reales. Mark Zuckerberg ha comentado que una de las ventajas de la realidad virtual y el metaverso es que podrá volver a acercar a los seres humanos a la interacción social (como era antes de la pandemia), ya que no somos seres concebidos para relacionarnos a través de las cuadrículas planas de los dispositivos actuales. En cierto sentido, esto suena como reinventar la rueda, ¿no crees?

Las propuestas de innovación y evolución en la era del internet han dejado de ser emancipadoras para convertirse en mercantilistas. Es decir, los sueños de libertad que en los años ochenta prometía el internet han mutado para convertirse en pesadillas de confusión mental para los usuarios rehenes de las redes sociales, los videojuegos y los recién nacidos metaversos. La monetización basada en la compra y venta de información personal de los usuarios para fines promocionales y de consumo, han dejado claro que las grandes corporaciones tecnológicas no consideran la ética social en los negocios que manejan, por lo tanto, ¿cuáles son los riesgos que enfrentamos como sociedad ante este tipo de tendencias?

Quizás no hay ningún riesgo mayor al que, de hecho, ya corremos bajo la concepción de realidad.

Concebir la realidad desde el miedo nos vuelve predecibles y manipulables.

Cuando lo que nos mueve es el miedo, las personas estamos dispuestas a entregar nuestra libertad por una aparente seguridad que el status quo nos ofrece. Consulta la siguiente nota:

Entonces vale la pena preguntarnos ¿qué es la realidad?

Las respuestas son tantas y tan variadas como percepciones existan; no olvidemos la frase popular “cada cabeza es un mundo”. Tomemos el concepto de la realidad como la forma en la cual percibimos e interactuamos con todas las cosas que estimulan nuestros sentidos y que interpretamos como reales, tangibles y comprensibles.

Comúnmente, decimos que vivimos en un mundo material, pero muchas de esas cosas que logramos percibir no son tangibles hasta que logramos verlas, oírlas, olerlas, sentirlas o degustarlas; mientras no las percibimos, sabemos que no existen. Quizás no vivimos en un mundo material, sino en una frecuencia donde fluye información en forma de energía a cada instante, que decodificamos para darle un significado comprensible. Bajo este orden de ideas, creemos que experimentamos un mundo físico o material fuera de nosotros, donde existen cosas separadas las unas de las otras, pero la verdad es que todo sucede dentro de nosotros.

Los seres humanos somos como un ordenador extraordinario conectado todo el tiempo al WiFi o espectro electromagnético del universo para recibir información y luego decodificarla para hacerla comprensible con nuestros sentidos. Nuestra consciencia, que vive en la mente, es la pantalla a través de la cual podemos interpretar e interactuar con la realidad.

¿Cómo estructuramos los seres humanos la realidad? Lo hacemos con base en nuestra programación neurolingüística (PNL), utilizando el lenguaje, los paradigmas y dogmas que acumulamos a lo largo de nuestra vida. Podemos decir que la realidad que vivimos se basa en las ideas preponderantes de nuestra mente y las que provienen del contexto social.

Los seres humanos tenemos el poder de modificar la realidad si cambiamos la programación de nuestra mente y las relaciones sociales que nos rodean. Por ejemplo, el concepto de la muerte, para la mayoría de las personas, está relacionada con ideas de pérdida y dolor, pero muy pocos la percibimos como un evento de trascendencia espiritual y alegría. Sin embargo, modificar nuestra programación mental es tanto como renunciar a nosotros mismos, desprendernos de nuestra identidad y eliminar el ego, lo cual resulta difícil o casi imposible. Para trascender el YO egoísta, debemos dejar de ser, actuar y pensar como hasta ahora lo hemos hecho. Ir más allá del YO, trascender la programación mental con la que interpretamos el mundo y el universo, eso es un METAVERSO, algo muy cercano, pero al mismo tiempo muy complejo de comprender y explicar por los seres humanos.

En vista de que la realidad es subjetiva, ¿qué más da si es material o virtual?

Claro que tiene importancia tomar consciencia de las diferencias. El poder latente que tenemos cada persona para modificar nuestro sistema de creencias nos permite “hackear la matrix”, pero cuando nos volvemos rehenes de un algoritmo o universo creado por alguien más para escapar de nuestra realidad, entonces estamos decidiendo abandonarnos a la pequeña matriz de los metaversos virtuales.

Pensemos, por ejemplo, qué provoca que las personas acudan cada fin de semana a pasar horas caminando por los pasillos de los centros comerciales y comprando casi compulsivamente productos que no necesitan, pero que llenan efímeramente los vacíos existenciales que intentan evadir. Regresan una y otra vez buscando algo que no encontrarán. En el mundo virtual, el comportamiento es el mismo, pero con más frecuencia y facilidad al tener al alcance de un clic el acceso a Facebook, Instagram o cualquier otra red social.

Las empresas tecnológicas más preponderantes en el mundo deben ser conscientes de la responsabilidad social que llevan a cuestas. Replicar la misma dinámica mercantilista y de acumulación de ganancias financieras en el mundo virtual no tiene sentido, insistir en ello es absurdo.

En las conversaciones con colegas de la industria y en los contenidos que ofrece el gremio empresarial, escucho las mismas intensiones y visiones de los negocios basados en innovaciones estériles, control de la voluntad de los colaboradores, estructuras organizacionales jerárquicas, férrea competencia y aspiraciones de dominio y preponderancia como objetivo final de sus empresas. Son pocos los emprendedores y empresarios afamados o de nicho, que cuestionan las mecánicas tradicionales de negocio y, mucho menos, aquellos que encuentran un propósito profundo de sus organizaciones.

Muchas historias de “éxito” que retumban en las PyMEs, tienen que ver con tal o cual nuevo “unicornio” —empresas latinas que pasan la barrera del billón de dólares en valor de mercado— que, en la mayoría de los casos, pertenecen a fondos de inversión que especulan con el commodity más codiciado en nuestros días: el dinero.

Al revisar la lista de las empresas unicornio en México caeremos en cuenta que se trata de modelos de negocio altamente especulativos como el de BITSO, una empresa promotora de cryptomonedas o como Clara, una empresa que ofrece crédito y medios de pago empresarial o Clip, una empresa que ofrece medios de cobro para negocios B2C (business to consumer). ¿Qué valor diferencial o disruptivo ofrecen estas empresas? Quizás es algo que a sus accionistas no les preocupa, mientras tanto el negocio siga generando dinero, aunque sea de forma temporal. Estas historias ya las hemos visto, burbujas especulativas que revientan después de haber llenado los bolsillos de sus stakeholders y que terminan en el anecdotario, no sin antes dejar una larga estela de engaño, estafa y falsedad.

¡Venga pues! Desmitifiquemos el discurso superficial del metaverso y comprendamos el fenómeno como una oportunidad para agregar valor y descubrir una nueva era de la existencia humana, en la que los avances tecnológicos y la investigación científica converjan en pro de una nueva era de armonía y hermandad con el mundo real que compartimos todos.

¿Y si la realidad, si todo lo que nos rodea, incluso nosotros mismos, no es más que un sueño?

Platón

¡Así de grande es el compromiso, estimado lector!, por cuánto necesitamos, a partir de una construcción colectiva, desde nosotros, un proceso relacional intersubjetivo y en diálogo de saberes diversos, dar respuestas a retos, conflictos, incertidumbres y paradojas propias del mundo actual que nos afecta y afectamos. Sería una buena manera de contribuir y participar en la construcción de un mundo mejor, tecnológicamente más desarrollado, pero esencialmente más humano.