La pandemia del virus SARS-CoV-2 y sus variantes o mutaciones siguen captando la atención de la sociedad mundial, robándole la tranquilidad, alegría, libertad, derechos civiles, recursos económicos, y ni hablar del despilfarro del dinero público de la mayoría de los países en vías de desarrollo. Desde el año 2008, con la aparición de la gripe aviar, el gobierno mexicano de entonces nos llevó al aislamiento en casa durante dos semanas, a la distancia parece haber sido un primer ensayo de lo que vendría 12 años después. Han pasado 30 meses desde marzo del 2020 y las sospechas del engaño al que hemos sido sometidos se van revelando cada día más.
Uno de los hallazgos principales surge de la revisión respecto a las estadísticas de mortalidad mundial anuales, que son variadas en función de la fuente consultada. Incluso, al buscar el dato en las fuentes oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se encuentra poca información, confusa y compleja. Una cifra aproximada es de 6.5 millones de muertes a nivel mundial, lo que representa el 0.001% de la población mundial. En México, el dato más reciente reporta 330 mil muertes [1] a causa del virus, lo que representa el 0.002% de la población nacional. Si bien la tasa de muertes aumentó en 2020 y 2021, de los 2.2 millones de fallecimientos, solo el 11% reportaron complicaciones derivadas de la presencia del COVID-19 [2]. Además, si comparamos las muertes provocadas por diabetes mellitus en 2020 (151,000 totales) el porcentaje es mayor, llegando al 14% del total de fallecimientos reportados [3]. ¿A qué obedeció el interés de los organismos mundiales para declarar una pandemia basados en estas cifras? Quizás una de las pandemias más agresivas que el COVID-19 sea la provocada por los alimentos chatarra, el consumo excesivo de azúcar en las bebidas carbonatadas y la falta de prevención y regulaciones que provocan la diabetes mellitus. Sin embargo, en este caso ni la OMS ni los gobiernos locales han tomado medidas para regular la producción y venta de estos productos nocivos para la salud.
También, se han generado diversas historias sobre el origen del virus y su procedencia biológica. Se ha especulado que se creó y modificó en laboratorios bacteriológicos bajo el consentimiento de gobiernos y grupos de interés político y económico. Por otro lado, el diagnóstico inicial de la enfermedad conforme a lo dicho originalmente por la OMS también fue erróneo; después de aplicar centenares de autopsias en diversos países, se concluyó que el problema no era provocado por neumonía, sino por una trombosis generalizada, es decir la aparición de coágulos en las venas que impiden la circulación de la sangre. Las pruebas que se utilizan para detectar la presencia del virus no son específicas ni confiables, por lo tanto, los falsos positivos están a la orden del día.
En resumen, el confinamiento persiste alineado a las olas de contagio, a pesar de que las estadísticas de mortalidad en el mundo sean marginales, pues hay países y lugares que no han hecho cuarentena y no se han producido las catástrofes anunciadas. Estamos ante un gran engaño, nos han robado la verdad, lo cual es el principal problema de esta pandemia; las corporaciones dueñas de las redes sociales ejercen de manera autoritaria censura sobre publicaciones que desnudan las incongruencias científicas y sociales de los organismos mundiales. Mario Bunge un filósofo argentino, una vez dijo que el mundo requiere un mínimo de verdad para garantizar su supervivencia; sin embargo, detrás de la pandemia hay un engendro de mentiras o “falsos positivos” donde los derechos humanos fundamentales se cancelan con la manipulación basada en el miedo.
Ante todo este escenario que nos ha impuesto una nueva normalidad, ¿quiénes ganan y quienes pierden?
Ganan:
- Empresas tecnológicas. Los sueños de libertad que prometía el internet de principios de los años 90, imaginando cómo el acceso a la información y a la ubicuidad de las comunicaciones uniría al mundo, fortalecería la democracia y reduciría la desigualdad, ha transitado por una transmutación radical en menos de 30 años. A raíz de la acumulación de datos valiosos para su potencial monetización, principalmente datos personales de los usuarios, los grandes fondos de inversión tomaron el control de compañías como Google, Facebook, Amazon y Microsoft, impulsando su crecimiento hasta llevarlas a formar parte del selecto grupo de las primeras 10 empresas más grandes del mundo. Si bien el capitalismo de vigilancia que actualmente promueven estas empresas ya era real antes de la pandemia, a raíz de los meses de confinamiento en 2020 se aceleró el uso de herramientas tecnológicas y con ello la obtención de datos adicionales del comportamiento y actividades de cada usuario. Cada día son más indispensables la conectividad y el uso de aplicaciones de comunicación, colaboración y socialización en el mundo digital, por lo que las empresas tecnológicas nacidas en Sillicon Valley fondeadas por los enormes capitales de Wall Street, emergen como una especie invasora sin depredadores naturales, desfigurando gravemente el sueño anterior de la tecnología digital como una fuerza potenciadora y emancipadora para las mayorías relegadas de nuestra sociedad.
- Farmacéuticas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la alerta pandémica de manera apresurada y sorprendente. El miedo a contagiarse y morir por consecuencia, se apoderaron de la psique colectiva mundial. De inmediato se popularizaron las pruebas rápidas PCR con la propaganda masiva de los medios de comunicación y los gobiernos en cada país; aparentemente esta prueba podría detectar oportunamente la presencia del virus para su posterior tratamiento, sin embargo, la elevada tasa de resultados “falsos-positivos” elevó artificialmente la velocidad de propagación de los contagios. Al mismo tiempo, los laboratorios farmacéuticos con el respaldo de los gobiernos en países desarrollados iniciaron la carrera para crear la tan ansiada vacuna que permitiera prevenir los efectos letales de la enfermedad. Es curioso saber que, en menos de 18 meses, se logró aprobar la aplicación en seres humanos de algunas de las vacunas fabricadas por laboratorios como Pfizer, Sinovac, AstraZeneca o CanSino Biologics muchos de estos siendo parte de grandes fondos de inversión en Wall Street. ¿Cuánto cuesta cada dosis? Es algo que no podremos saber en los próximos 25 a 30 años dados los acuerdos que las empresas farmacéuticas y los gobiernos firmaron para mantener dicha información reservada. ¿Por qué o para qué reservar el precio de cada dosis de la vacuna? Evidentemente, es una pregunta válida pero sin una respuesta clara; podemos especular al respecto, pero es un hecho que muchos gobiernos han decidido contraer deuda para comprar las vacunas hipotecando el producto del trabajo de sus habitantes por varias décadas. ¿Quién les ha prestado el dinero? Los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) con recursos emanados por los mismos fondos de inversión a cambio de bonos de deuda soberana de los países. ¡Negocio redondo!
- Fondos de inversión privados. A raíz de la crisis hipotecaria del 2008 en Estados Unidos, los grandes capitales privados se vieron enormemente favorecidos por el rescate que el gobierno se vio obligado a darles. Desde entonces dos grandes firmas de inversión privada han crecido como la espuma y de manera poco ética, me refiero a BlackRock Inc. y The Vanguard Group Inc. Aunque aparentemente hay cientos de marcas que compiten en el mercado, en realidad, una gran proporción de las marcas de alimentos envasados (CPG o Consumer Packaged Goods), por ejemplo, son propiedad de una docena de empresas promotoras de fondos de inversión. Pepsi Co. es propietaria de una larga lista de marcas de alimentos, bebidas y aperitivos, al igual que Coca-Cola, Nestlé, General Mills, Kellogg’s, Unilever, Mars, Kraft Heinz, Mondelez, Danone y Associated British Foods. Juntas, estas empresas cuasi monopolizan la industria de los alimentos envasados, porque prácticamente todas las marcas de alimentos disponibles pertenecen a alguna de ellas. Un ejemplo claro de la simulación de competencia es la que protagonizan Coca Cola y Pepsi Co. ya que ambas comparten a tres de los cuatro principales fondos de inversión privada; sí adivinaste, son Vanguard, BlackRock y Berkshire Hathaway (este último propiedad de Warren Buffet). Por lo tanto, Coca Cola y Pepsi Co., son todo menos competidores.
El monopolio va más allá de lo que comemos o bebemos, en la industria de las tecnologías de información, empresas como Apple, Samsung, Alphabet (corporativo de Google), Microsoft, Huawei, Dell, IBM y Sony son algunas de las empresas que mayoritariamente pertenecen a estos mismos fondos de inversión. Digamos que queremos planear un viaje utilizando nuestros dispositivos electrónicos y hacemos la búsqueda por Expedia para volar por American Airlines, AirFrance o KLM. Además, reservamos nuestro hospedaje por medio de Booking.com o AirB&B para después dejar una reseña en TripAdvisor relacionada con la cena que acabamos de disfrutar. Todas las empresas mencionadas son propiedad de Vanguard, BlackRock, Berkshire Hathaway y/o State Street Corporation. Llegan más allá porque los aviones en los que viajamos típicamente Boeing o Airbus, así como las compañías de acero, petroleras o de refinación suelen ser propiedad de ellos; los laboratorios farmacéuticos que vinieron a rescatar nuestras vidas de las garras del COVID-19 son propiedad de ellos. Incluso, Bloomberg se ha referido a BlackRock como “el cuarto gobierno” ya que presta dinero al banco central y a la reserva federal de los Estados Unidos, quienes a su vez fondean la deuda de los países más pobres para poder comprar las vacunas que sus propios laboratorios fabrican. Decenas de empleados de BlackRock han ocupado altos puestos en la Casa Blanca durante las administraciones de Bush, Obama y Biden lo cual, nos lleva a preguntarnos ¿a quién sirven las políticas públicas definidas por los gobiernos, a los ciudadanos o a los intereses privados dominantes?
Pierden:
- La comunidad científica. Estamos viviendo una época de oscurantismo entre el gremio científico, principalmente en lo relacionado con la salud. Pocos son los médicos quienes basados en sus conocimientos han levantado la voz en contra del engaño. Lamentablemente, el corporativismo domina en la mayoría de los llamados “profesionales de la salud” quienes callan y se someten vilmente a los intereses de la industria farmacéutica que lejos de curar mata a miles de personas y a otros millones más les reduce la calidad de vida intoxicándolos con sustancias “legales” al amparo de los gobiernos. El negocio es la enfermedad y, la salud, su principal competidor. Es triste ver cómo a raíz de la pandemia, la credibilidad y confianza en los médicos se ha perdido, en gran medida por la presión mediática y el terrorismo que se ejerce para quienes intenten oponerse a las medidas dictadas por los diversos poderes fácticos empezando por la OMS y derivando en la propia sociedad.
- La privacidad y las libertades. Abstraernos del uso de dispositivos o del acceso a internet resulta imposible en el mundo actual, a pesar de que somos conscientes de la hipervigilancia a la que estamos permanentemente expuestos. ¿Qué tan vulnerable te sientes al saber que tu smartphone escucha y transmite tus conversaciones más íntimas? Con y sin tu consentimiento, tus datos son mercantilizados con fines comerciales bajo la promesa de una mejor experiencia de compra o a cambio de facilitarte la toma de decisiones cotidianas lo cual, parecería un intercambio justo. Sin embargo, más allá de las promociones y ofertas que están diseñadas para ti, hay un espacio de manipulación y propaganda que también vulnera tu libertad. Después de meses o años de utilizar Waze para llegar a tu destino, ¿hoy puedes manejar sin la aplicación o se ha vuelto un hábito cotidiano su uso? Gran parte de lo que escuchamos y vemos influye en nuestras decisiones y si las aplicaciones más utilizadas como Youtube, Spotify, TikTok, Instagram, Facebook, Twitter, Amazon o WhatsApp nos bombardean a cada segundo, es posible que sean los medios que más influyen en tus preferencias, gustos y opiniones apagando tu pensamiento crítico y tu capacidad de análisis para tomar decisiones propias.
- Los gobiernos nacionales. A pesar de que el 99% de los ciudadanos solemos estar en contra de los gobiernos por el enorme descrédito que se han ganado, es importante reflexionar respecto a las alternativas. Todos los gobiernos han quedado rebasados por la vorágine de innovación en las últimas dos décadas, lo que ha permitido a las corporaciones tecnológicas operar casi sin regulaciones respecto a los datos e información que poseen. Las empresas privadas han creado una capa de gobernanza para sus usuarios, misma que trasciende fronteras, legislaciones y límites éticos como ya lo comentamos anteriormente. Entonces, ¿qué les queda a las instituciones de gobierno después de la pandemia? ¿Someterse a los intereses corporativos? ¿Corromperse irremediablemente? Pensar en un gobierno mundial parece descabellado, pero en los hechos las condiciones están dadas. El año pasado, el Foro Económico Mundial anunció lo que llamaron “Great Reset” (el gran reinicio) referido a una nueva forma de economía incluyente socialmente y responsable con los desafíos medioambientales. En una de las frases más escalofriantes de este proyecto, Klaus Schuab (presidente ejecutivo del FEM) decía que “…en 2030 no tendrás nada y serás feliz” refiriéndose a la nueva economía en la que alquilar todo será mejor que poseer algo. Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿quién o quiénes serán los dueños de todo eso que podrán alquilar las mayorías?
Nuestra sociedad y el mundo está llegando a un límite de transformación inminente que cambiará muchas de las reglas y convenciones sociales, políticas y económicas con las que hemos convivido. Es imposible predecir cuál será nuestro destino en 5 años, pero no podemos evadir la responsabilidad que tenemos para darle viabilidad a las próximas generaciones. Es por ello por lo que debemos fortalecer nuestras habilidades para filtrar y relacionar el mar de información que nos ahoga diariamente para elevar nuestra consciencia personal y colectiva. Todos tenemos derecho a vivir con libertad y con dignidad a pesar de quienes seguirán intentando tener un robot en cada ser humano.