La sociedad posrevolucionaria en México, en la que nuestros abuelos nacieron, estuvo marcada por décadas de guerra en la que los pueblos originarios luchaban por mantener sus culturas, costumbres, mitos y, sobre todo, luchaban por el derecho a una vida digna alejada de la miseria y la esclavitud a la cual habían estado sometidos durante el colonialismo. Seguramente, muchos de ustedes, tienen historias fantásticas de su linaje sobre cómo sus ancestros, algunos originarios y otros migrantes, desde tierras lejanas, se fueron emparentando hasta llegar a la generación actual.

En mi familia, por ejemplo, la historia la cuentan las mujeres. Mi abuela paterna era hija de una familia de españoles hacendados mineros muy ricos del Estado de México; ella era de piel blanca, ojos claros y cabello castaño claro. En su época de juventud, cuenta que la pretendía un hombre del pueblo, a quien se referían como un “indio pata rajada” porque no usaba huaraches, ni mucho menos zapatos, razón por la que las plantas de los pies solían cuartearse al contacto con la tierra. Un buen día, el indio pata rajada decidió robarse a mi abuela, huyendo montados en su caballo y llevando a cuestas una sábana que envolvía mucho dinero. Llegaron al pueblo de Azcapotzalco, en la capital del país, alrededor de los años 30 con la idea de prosperar al dedicarse a la crianza de puercos, la elaboración y venta de pan, y comida.

De la primera pareja de mi abuela nacieron 7 hijos. Luego, se cuenta que la abuela no toleró más el alcoholismo y abandono del “macho” y decidió correrlo de su casa y de su vida. Tuvo una segunda pareja: mi abuelo, con quien procreó a sus dos hijos menores, entre ellos mi padre. De los 9 hijos que crio mi abuela, sólo mi papá logró cursar una carrera universitaria, debido a que la educación profesional era considerada un lujo. La exigencia era trabajar a temprana edad y colaborar en la economía familiar. Mi padre era el hijo pródigo de un clan familiar donde todos estaban convencidos de que estudiar y terminar una carrera universitaria sería un pase directo al éxito en la vida.

Esa profunda creencia permeó incluso en la tercera generación, los hijos de los hijos de la abuela crecimos convencidos de que habría que ir a la escuela, educarnos y obtener buenas calificaciones para destacar, ser reconocidos y aspirar a una mejor vida. Por supuesto, no todos los nietos de la abuela siguieron los postulados del clan; algunos optaron por dedicarse al comercio, otros al deporte y algunos más fueron desafortunadas víctimas de la educación intolerante que calificaba de “burros” a los niños que aprendían de forma distinta o a un ritmo diferente.

Nadie en la familia se cuestionó el modelo educativo y el daño emocional para la autoestima de los estudiantes. Todos compartíamos la idea de que una persona debía aprender a leer, sumar y restar a los 6 años; de lo contrario, sería señalado como incompetente y exhibido a la burla o compasión de sus compañeros de clase, un trauma irreversible para muchos quienes vivirán y morirán creyendo que no son capaces de aprender. ¿Logras imaginar el impacto emocional que un niño de seis años sufre al descubrir que la escuela es un espacio de intolerancia, agresión y segmentación que lo amenazará por muchos años? Es probable que, a esa edad tan temprana, la educación sea el monstruo que oprime y estresa los sueños de vida en los seres humanos, una auténtica pesadilla.

¿Es la educación una forma de aprendizaje y evolución para las personas?

Fiel a la creencia de mi familia, hasta hace algunos años creía que sí. Pero, paulatinamente, fue cambiando mi opinión al respecto.

Mi pensamiento cambió al conocer la música de Pink Floyd, banda británica de rock progresivo, precursora de letras protestatarias anti-sistema desde los años 60. En su álbum The Wall, cuestiona el rol de la educación y el dogmatismo que el Estado totalitario impone a la sociedad. Una estrofa que vale la pena analizar con más profundidad es la que dice:

“We don’t need no education, we don’t need no thought control. No dark sarcasm in the classroom. Teacher leave them kids alone. Hey teacher! leave them kids alone! All in all, it’s just another brick in the wall.”

Pink Floyd, álbum The Wall, 1969.

Cuando fui estudiante universitario, era muy crítico con los planes, programas y personal docente de la institución donde estudié la carrera. En el fondo, siempre sentí que estaba perdiendo el tiempo, ya sea porque el catedrático en turno simplemente no llegaba a impartir clase o porque cuando llegaban, en la mayoría de los casos, eran profesionistas que poco o nada podían aportar a la formación y vocación profesional de los alumnos.

A los 18 años, la mayoría de los jóvenes universitarios llegamos con muchas horas de adoctrinamiento para no cuestionar al profesor, no protestar ante la autoridad y alinearnos a los “usos y costumbres” de la institución. El objetivo es lograr el título académico que nos distinga como licenciados, ingenieros o médicos, avalados por prestigiosas o no tan prestigiosas instituciones. En mi opinión, la educación, en realidad, se ha convertido en un instrumento mercantilista de consumo que apaga el pensamiento crítico de quienes se someten a sus mecanismos superficiales de acceso al conocimiento.

Es importante aclarar en este punto que la educación es un concepto diferente al aprendizaje, a pesar de que ambos tienen una relación estrecha con el conocimiento.

¿Cuál es la diferencia entre educación y aprendizaje?

La educación usa el conocimiento como instrumento para la enseñanza acotando el lugar (aula o la escuela), el tiempo (entre los 6 y 22 años de edad) y el desarrollo de habilidades (principalmente apelando a la memoria) para los alumnos. Por otra parte, el aprendizaje genera conocimiento por medio del cuestionamiento y la comprensión profunda del saber, modificando el comportamiento del aprendiz en cualquier lugar y momento.

La educación debería estar orientada a generar aprendizaje, de manera que el conocimiento declarativo ligado a la teoría y conceptos, es decir, “el saber que”, incentive el aprendizaje significativo, que se basa en el conocimiento del proceso para hacer una acción, es decir, “el saber hacer” para poder modificar el comportamiento del individuo. Pensemos, por ejemplo, cómo hemos aprendido a andar en bicicleta: primero tuvimos un proceso de enseñanza teórica, para luego llevar el conocimiento a la práctica y aprender. Sin embargo, ¿puedes ayudar a alguien que quiere aprender a andar en bici solamente por medio de la teoría? Es absolutamente imposible.

En el ámbito empresarial, el esfuerzo debe dirigirse a lograr el aprendizaje significativo, porque ¿quién dijo que los seres humanos dejamos de aprender una vez que hemos concluido el ciclo académico? Las personas, utilizando el lenguaje y apelando a la memoria, podemos “engañar” a los evaluadores repitiendo la información que recibimos, incluso cuando no ha cambiado un ápice nuestra conducta y no hemos interiorizado el conocimiento. En este sentido, resulta más evidente ver el aprendizaje en los animales, pues no pueden manifestarse por medio del lenguaje verbal, evidencian el aprendizaje a través de su conducta. En cambio, un conductor puede recordar todas las señales de tránsito, pero no necesariamente eso significa que las interpreta y, sobre todo, que las cumple mientras maneja. Ir más allá de la simple transmisión de información y alcanzar la meta del aprendizaje debería estar en la mente de todo líder de formación y desarrollo.

Lo que se aprende, lo que nos modifica la conducta, nunca se olvida. Una vez que hemos aprendido a montar en bicicleta, podemos dejar de hacerlo durante años, incluso décadas; cuando lo hagamos de nuevo, ¡ya sabemos cómo hacerlo! Lo mismo sucede con el manejo del automóvil y con el lenguaje: una vez aprendido, no se olvida. El objetivo de la capacitación en las organizaciones debe siempre estar dirigido a modificar la conducta y la forma de actuar del aprendiz. Si sólo vamos a crear contenidos para que permanezcan en la memoria de corto plazo, estaremos tirando el dinero y el esfuerzo de la capacitación al bote de la basura.

En el siguiente esquema ilustramos las diferencias entre la educación y el aprendizaje, así como la relación de ambos conceptos con el conocimiento:

Entonces, ¿cómo podemos transitar del modelo educativo arcaico y limitado a uno donde el aprendizaje significativo nos incentive a evolucionar y modificar nuestro comportamiento? La clave está en aprender a pensar y discernir, para lo cual el pensamiento crítico nos será muy útil.

¿Qué es el pensamiento crítico?

El pensamiento crítico es un proceso cognitivo que nos permite separar y clasificar el mar de datos, información y sensaciones relativas a un tema para obtener solo lo más significativo, que nos ayude a estructurar de manera más aguda la realidad de nuestro entorno. El resultado del pensamiento crítico convertido en juicios, opiniones o argumentos será la nueva base para volver a cuestionarlos y filtrarlos sucesivamente hasta llegar a conclusiones que, modifiquen nuestras posturas y comportamientos relativos al tema en cuestión.

El origen etimológico de la palabra “criticar” hace referencia a otras tareas como discriminar, distinguir, separar o cribar; esta última es relativa al acto de separar los granos – típicamente del trigo – de la paja, polvo y otros sólidos no deseados con los que se hubiera mezclado.

Si bien el pensamiento crítico es una metodología para discernir utilizada por filósofos, en el mundo moderno actual se ha convertido en una habilidad muy importante para desarrollar, dada la vorágine de información a la cual estamos permanentemente sometidos. El bombardeo mediático satura nuestros sentidos, provocando estrés y agotamiento cognitivo que nos impide poder reflexionar, convirtiéndonos en seres propensos a la manipulación.

Actuar sin pensar es el resultado de la manipulación a la que nos someten cuando votamos en una elección “democrática”, cuando compramos y consumimos bienes y servicios, que quizás no sean necesarios, o cuando decidimos renunciar a nuestras libertades a cambio de una aparente seguridad creyendo que nuestra vida está en juego. La evidencia más cercana de este fenómeno manipulador la estamos viviendo desde 2020 con la propagación de la pandemia, no sólo del virus de COVID-19 pero más bien del miedo infundado a morir.

La pandemia del engaño: ¿quién gana y quién pierde?

Si quieres leer un texto crítico respecto al fenómeno de la manipulación, te invito a leer esta nota.

¿Cómo podemos desarrollar el pensamiento crítico?

Para poder concluir el texto quisiera compartir cuatro recomendaciones que te ayudarán a desarrollar esta habilidad. Me basaré en cuatro reglas que el filósofo y ensayista José Ortega y Gasset propuso al respecto:

  1. No hagas caso de lo que la gente opina ya que, en su mayoría, no saben por qué dicen lo que dicen, no ofrecen argumentos y suelen juzgar desde la pasión y no desde la razón. En la sociedad actual hiperconectada, las opiniones de las masas se limitan a la viralización de textos, audios o memes que se comparten a través de las redes sociales, sin un mínimo de interpretación o análisis, la mayoría de los cibernautas suelen ser perezosos cognitivos.
  2. No te permitas contagiar por la opinión ajena. Una alma que piensa, siente y quiere por contagio es una alma vil, sin vigor propio. Someterte a la manipulación de los medios de información, de las teorías y doctrinas conservadoras o a la mercadotecnia mercantilista que incentiva el consumismo, atenta contra tu integridad y es un insulto a tu capacidad intelectual.
  3. El verdadero valor moral e intelectual del ser humano, radica en elevar su modo de sentir y de pensar por encima de lo vulgar. Por eso resulta más difícil de comprender dado que lo que dice o hace choca con lo habitual. De antemano, pues, sabremos que lo más valioso del pensamiento tendría que parecernos, de primera instancia, extraño, insólito y a veces ofensivo. Se dice que lo que te choca te checa, por eso es importante cuestionarnos continuamente nuestras más profundas creencias, aquellas que nos definen el ego y a las cuales nos aferramos con uñas y dientes. El pensamiento crítico implica salir de lo conocido, de las convenciones sociales impuestas y aprender a incomodarnos para reacomodarnos.
  4. En la controversia de ideas, cuando veas que de un lado debaten muchos y del otro lado pocos, quizás la razón esté en los segundos. Presta noblemente tu apoyo a los que son menos contra los que son más. Esta regla final te servirá para activar tu pensamiento crítico, ¿acaso esta regla siempre aplica?, ¿qué sucede cuando unos pocos privilegiados debaten desde sus intereses personales o de grupo contra el clamor popular de los más desposeídos?, ¿cuál sería tu postura y a quiénes entregarías tu apoyo?

Practica estas cuatro reglas, empezando por ponerlas en duda y analizando, con mayor profundidad cada vez, si es que realmente te ayudan para agudizar tu pensamiento crítico.