¿Quién ganó la Guerra Fría? Spoiler: no fue Occidente.
Mientras el modelo neoliberal presume ser el campeón de la libertad, millones caen en la pobreza, la industria se fuga y el Estado sirve cafés en Wall Street. China, con todo y su autoritarismo, levanta infraestructura, lidera tecnología y saca a su población de la miseria.
Pero tranquilos, al menos en Occidente puedes votar cada cuatro años por el gerente que elijan los bancos.
BYD (Build Your Dreams) es una empresa de movilidad eléctrica que comenzó como una modesta fábrica de baterías para teléfonos móviles. Fue fundada en 1995 en Shenzhen, China, por el ingeniero Wang Chuanfu. Su crecimiento fue vertiginoso y en menos de una década ya competía con gigantes japoneses como Panasonic, Sony y Sanyo en el suministro global de baterías recargables.
En 2003, BYD entró sorpresivamente en la industria automotriz al adquirir la quebrada Qinchuan Automobile Company. En un principio, esta adquisición fue vista como una jugada arriesgada, pero Wang Chuanfu tenía una visión clara: integrar la experiencia acumulada en la fabricación de baterías con el potencial crecimiento del mercado de los vehículos eléctricos. Así comenzó la segunda etapa de evolución de BYD, pasando de ensamblar autos convencionales de combustión interna a diseñar y fabricar los primeros prototipos híbridos y eléctricos en China. Para el año 2008, la empressa lanzó el modelo F3DM, que fue el primer vehículo híbrido enchufable (Plug-in Hybrid Electric Vehicle o PHEV) producido en masa a nivel mundial, lo cual marcó un hito fundamental en la industria, despertando el interés de Warren Buffett, quién a través de la controladora de fondos de inversión Berkshire Hathaway, compró el 10% de las acciones de BYD, apostando al futuro de la movilidad eléctrica en el mundo.
Durante la década de 2010, BYD se enfocó en electrificar el transporte público, convirtiéndose en el mayor fabricante de autobuses eléctricos del mundo, con operaciones en más de 50 países. Su gran salto tecnológico llegó en 2015 con el lanzamiento de la batería Blade, basada en litio-ferrofosfato, ofreciendo grandes ventajas de seguridad, durabilidad y bajo costo. Al principio de esta década, BYD alcanzó un nuevo hito histórico: superó a Tesla —la empresa norteamericana propiedad de Elon Musk— en ventas trimestrales de vehículos 100% eléctricos (electric vehicles o EVs) y tomó el liderazgo de ventas globales en PHEVs combinados. Modelos como el Dolphin, Atto 3, Tang y Han ganaron terreno no solo en China, sino en Europa, América Latina, Asia y Oceanía.
¿Cuáles son las claves detrás del enorme éxito de BYD? Podemos mencionar algunas como la integración vertical de componentes (desde baterías, semiconductores y hasta software), el apoyo estratégico del gobierno chino, una estrategia de precios accesibles y su capacidad de innovación permanente. Pero lo más importante en su crecimiento fue aprovechar el posicionamiento de China como potencia manufacturera y exportadora del siglo XXI.
Neoliberalismo Vs. Comunismo: segundo round
En la primera parte de esta nota hicimos un repaso histórico del surgimiento y consolidación del neoliberalismo como modelo político y económico que instrumentaliza las instituciones del Estado para los fines del capital privado y que se aceleró en los años ochenta bajo el régimen de Ronald Reagan, promoviendo la desregulación, la privatización y la apertura comercial como continuidad al término de la Guerra Fría entre la antigua Unión Soviética (hoy Rusia) y Estados Unidos. La disputa ideológica entre la “democracia liberal” promovida por el bloque anglo occidental y el Estado comunista de la URSS, terminaba inclinando la balanza para dar pie a la hegemonía norteamericana que dominaría globalmente en las próximas décadas. La plutocracia estadounidense se relamía los bigotes con las oportunidades de hacer grandes negocios, ya no solo por medio de la economía de guerra y de las exportaciones de petróleo, pero también por la transformación económica sin precedentes que se avecinaba con la globalización del comercio.
A principios de los 90 y sobre la base del tratado de libre comercio entre EE.UU. y Canadá, se iniciaron las negociaciones para incorporar a México en lo que, a la postre, se convirtió en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) siendo presidente de nuestro país el tristemente célebre Carlos Salinas de Gortari. ¿Qué motivó a la clase política y empresarial norteamericana para firmar un acuerdo de libre comercio con México, siendo éste un país subdesarrollado? Los beneficios que les brindaría la mano de obra barata para la manufactura de empresas que instalarían sus plantas productivas en nuestro país. Es lamentable aceptarlo, pero México se convirtió en el patio trasero de Estados Unidos debido a la enorme corrupción de nuestra clase política que se dedicó a implementar el modelo neoliberal vendiendo las empresas productivas del Estado a compañías privadas, la mayoría de estas, de origen gringo. Las consecuencias son conocidas por todos los mexicanos: aumento de la pobreza, acumulación de la riqueza en pocas familias y una brecha de desigualdad que, hasta nuestros días, seguimos padeciendo.
Firma del TLC en 1993. Presidentes Carlos Salinas de Gortari (México), George H.W. Bush (Estados Unidos) y el primer ministro Brian Mulroney (Canadá).
Por su parte, en China, tras la muerte de Mao Zedong en 1976, inició una profunda transformación bajo el liderazgo pragmático de Deng Xiaoping. A partir de 1978, se implementaron reformas orientadas a la liberalización económica, sin abandonar el control del Partido Comunista. Se crearon Zonas Económicas Especiales (ZEE) —en ciudades como Zhuhai, Xiamen, Shantou o Shenzhen, ésta última transformada de un pequeño pueblo rural a una megaciudad tecnológica e industrial en menos de 3 décadas— que permitieron atraer inversión extranjera, transferir tecnología y comenzar a exportar productos manufacturados a gran escala. En apenas cuatro décadas, China pasó de ser una economía agraria cerrada a convertirse en la «fábrica del mundo», con tasas de crecimiento promedio del PIB cercanas al 10% anual entre 1978 y 2012. La estrategia china integró políticas de planificación estatal, control del tipo de cambio, inversión en infraestructura y un mercado laboral disciplinado y de bajo costo. El resultado: más de 800 millones de personas salieron de la pobreza extrema, un logro histórico sin precedentes en la historia reciente de la humanidad.
Mientras China avanzaba con un modelo híbrido de capitalismo de Estado, es decir, instrumentalizando el mercado y el capital privado en beneficio del Estado y la población —un enfoque totalmente opuesto al neoliberalismo—, Estados Unidos mantuvo su paradigma de democracia liberal con economía de mercado. Comparativamente, entre 1978 y 2023, el crecimiento promedio del PIB en EE.UU. fue de aproximadamente 2.5% anual, frente al 8% de China. Un resultado contundente que explica por qué China es, hoy en día, la segunda economía del mundo y en camino para convertirse muy pronto en la primera. La siguiente tabla muestra las tasas promedio de crecimiento del PIB en la economía china:
A pesar de su liderazgo tecnológico y militar, EE.UU. no logró reducir la pobreza, que de hecho aumentó. El porcentaje de personas por debajo del umbral de pobreza se ha mantenido relativamente estable (entre 11% y 15%), mientras que el número absoluto de pobres norteamericanos ha aumentado. En contraste, China articuló un sistema que, con menos libertades formales, ha generado mejores resultados en términos de salud, educación, infraestructura y reducción de desigualdades territoriales.
El siguiente cuadro compara los resultados en el combate a la pobreza entre China y EE.UU. durante el periodo neoliberal de 1978 al 2023:
Esto plantea dos interrogantes fundamentales, ¿de qué sirve una democracia con aparentes libertades si no se traduce en mejoras reales para la mayoría de la población?, a la inversa, ¿hasta dónde puede justificarse el autoritarismo de un gobierno totalitario si produce bienestar colectivo?
El fin del neoliberalismo anglo occidental
De manera similar en cómo Ronald Reagan aprovechó el enorme descontento de un segmento de votantes de la población WASP (White Anglo-Saxon Protestant) para llegar a la presidencia —después de la crisis económica y el desprestigio de la clase política derivado de los escándalos de Watergate que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon—, Donald Trump también ha sabido capitalizar el hartazgo de la gente respecto de los gobiernos de Barak Obama y Joe Biden, quienes mantuvieron políticas neoliberales para beneficiar a una parte importante de la oligarquía empresarial a costa de la precarización de los servicios de salud, educación y apoyos sociales para los sectores más vulnerables de la población norteamericana. Lamentablemente, la clase política estadounidense, sean del partido demócrata o del republicano, cada vez más revelan lo que realmente son: agentes al servicio de las grandes corporaciones financieras de Wall Street donde figuran megabancos que manejan enormes fondos de inversión privados como BlackRock, la banca Rothschild, The Vanguard Group y Bloomberg, principalmente.
¿Te gustaría saber cuáles son las empresas corporativas que son propiedad de estos megabancos?
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Donald Trump quizás tiene algunas diferencias con sus antecesores. La principal es que no tiene una carrera política, es un empresario enfocado en la industria inmobiliaria, principalmente en la gestión inmobiliaria de hoteles y casinos. También fue accionista principal de concursos de belleza como Miss USA y Miss Universo. Entre 2004 y 2015 protagonizó un reality show llamado The Apprentice en la cadena televisiva NBC, donde los participantes competían por un premio en efectivo de 250 mil dólares y la posibilidad de dirigir alguna de las empresas del grupo empresarial denominado Trump Organization.
En su primera elección del 2016, Trump perdió el voto popular por más de 3 millones; sin embargo, ganó la mayoría de los votos en el Colegio Electoral que es el cuerpo político de compromisarios encargado de elegir al presidente y al vicepresidente de los Estados Unidos, dicho de otra manera, la “democracia liberal” en realidad es una plutocracia, es decir, un club de oligarcas que controlan el poder político y económico del Estado quienes nombran testaferros para negociar y acordar a qué gerente (presidente) contratarán para el siguiente periodo de cuatro años. Para las elecciones del 2020, Trump no logró reelegirse y lo relevó Joe Biden.
El regreso de Donald Trump a la presidencia ha acelerado un cambio profundo en la orientación comercial de Estados Unidos. Lejos del paradigma globalizador que inició Ronald Reagan en los años 80, el nuevo proteccionismo trumpista representa una ruptura estratégica con la lógica de apertura que guio al país durante casi medio siglo.
Trump difunde el mensaje de Make America Great Again (MAGA), lo cual significa atraer empresas manufactureras para generar empleos y cerrar las fronteras a migrantes, principalmente latinos. Para lograrlo, utiliza la aplicación de aranceles (referidas como Tariffs en inglés) a las importaciones de productos extranjeros. ¿A qué se debe el viraje hacia el proteccionismo de Estado? Vemos cuatro causas principales:
- Declive industrial interno: la deslocalización hacia Asia, especialmente China, desmanteló el tejido manufacturero estadounidense. Trump canaliza ese malestar con promesas de «reindustrialización».
- Desequilibrio comercial crónico: el enorme déficit comercial, sobre todo con China, es usado como justificación para imponer aranceles y renegociar tratados.
- Contención de China: EE.UU. busca frenar el ascenso tecnológico y geoeconómico de China, principalmente en sectores estratégicos como telecomunicaciones, baterías, inteligencia artificial y vehículos eléctricos.
- Capitalización política del malestar: el discurso anti-globalización conecta con franjas sociales afectadas por la desigualdad, el desempleo industrial y la pérdida de confianza en las instituciones.
El proteccionismo de Trump es una reacción, cinco décadas después, a un modelo globalizador excluyente y depredador inaugurado por Ronald Reagan. Estados Unidos se encuentra en franca decadencia política, económica y social; sin embargo, las medidas que al momento ha tomado el gobierno en turno, lejos de orientarse a revertir o amortiguar el colapso, parecen acelerarlo y agudizarlo.
Veamos un cuadro comparativo entre las dos potencias económicas del momento:
La oportunidad de un futuro mejor
Para muchos países en vías de desarrollo, el modelo chino representa una alternativa atractiva dados los resultados económicos, el avance tecnológico, el desarrollo de infraestructura y, sobre todo, la reducción de la pobreza. El sistema comunista y unipartidista de gobierno en China, por una parte, permite diseñar planes a largo plazo y aplicar políticas de distribución de la riqueza para el bienestar de todos, pero, por otra parte, ejerce un control social totalitario, lo cual puede representar un riesgo en países occidentales donde la libertad está muy estrechamente relacionada con el individualismo.
La otra opción, la que están aplicando gobiernos como el argentino con Javier Milei o el ecuatoriano de Daniel Novoa, solo perpetúan la desigualdad y el descontento social. En contraste, países como México, Colombia o Venezuela, cuyos gobiernos buscan el Estado de bienestar, están encontrando muchas dificultades sistémicas para terminar con los efectos del neoliberalismo. El dominio que mantiene EE.UU. en temas económicos y comerciales en todo Latinoamérica es el arma que Trump está utilizando para coercionar y amenazar a los países que busquen alianzas con China o con el bloque de los BRICS (conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica principalmente).
Lula Da Silva y Claudia Sheinbaum, G20 – Río de Janeiro 2024.
Replicar de manera íntegra un modelo político, económico y social como el chino, no es viable para la región. La alternativa es consolidar gobiernos realmente democráticos donde la participación ciudadana no solo sea electoral por medio del voto secreto y directo, sino también participativa por medio de consultas o plebiscitos en temas de trascendencia nacional. Los pueblos latinoamericanos tenemos raíces culturales muy antiguas, llenas de grandeza y diversidad; contamos con recursos valiosos que nos regala la naturaleza y con gente buena y trabajadora. De tal manera que lo fundamental que podemos tomar como referencia del modelo chino es el enfoque donde el Estado sea fuerte, justo y virtuoso a la vez que aprovechamos racionalmente los beneficios de un mercado generador de riqueza que ponga el poder de los medios de producción y del capital al servicio del bienestar colectivo.
De cara al futuro, China se perfila como una nación próspera y de vanguardia, no solo por el respaldo de su cultura milenaria, sino también impulsada por la modernidad tecnológica y su filosofía enfocada en la colaboración y la armonía social y medioambiental. Las empresas chinas se encuentran en plena expansión global y cada vez dominarán más industrias como la generación de energía, la inteligencia artificial, la industria aeroespacial y, por supuesto, la de electromovilidad. Tal es el caso de BYD que, con nuevas plantas en Brasil, Tailandia, Hungría y pronto también en México, la compañía quiere convertirse en el Toyota del siglo XXI, liderando la transición hacia una movilidad más limpia, inteligente y asequible. Si estás buscando entender el nuevo mapa de la industria automotriz, ten presente estas siglas: BYD. No solo están construyendo sueños, están fabricando el futuro.

