En un contexto donde la industria del entretenimiento se vuelve cada vez más inaccesible y rapaz, muchos fans se enfrentan a una disyuntiva: seguir alimentando un sistema desigual o renunciar a experiencias que les hacen sentir vivos. Esta reflexión parte del hartazgo, pero también de la conciencia: dejar de asistir a conciertos como forma de protesta puede parecer una decisión personal, pero ¿y si fuera un acto colectivo con verdadero poder?

Corona Capital, el festival de los abusos

El primer Corona Capital (CC) se hizo en octubre de 2010, yo fui a esa primera edición del festival, cuando era sólo un día, y sus headliners fueron los Pixies e Interpol. Recuerdo cuando era una actividad ir a comprar boletos de conciertos. Me quedaba de ver con alguna amiga en la estación del metro Velódromo y caminábamos al Palacio de los Deportes para comprar en la taquilla, porque así no cobraban cargo por servicio y éramos unas estudiantes sin dinero. Así compré muchas entradas a conciertos.

El boleto para la primera edición del Corona Capital me costó 550 pesos mexicanos (26.93 USD). El costo para un boleto individual en fase 4 para el Corona Capital 2024 fue de 3,939 pesos mexicanos (92.86 USD), mientras que el abono general tenía un costo de 6,452 pesos mexicanos (315.90 USD). Esto quiere decir que, desde el primer CC hasta el último, el costo de un solo boleto aumentó 616%.

El Corona Capital introdujo otra práctica abusiva y, en mi opinión, clasista: las fases de compra. En este punto, las fases de compra y las tarifas dinámicas operan en el mismo sentido, que es elevar los costos de los boletos. Este sistema de venta de fases es muy parecido a las tarifas dinámicas; los precios de las entradas aumentan conforme se acerca el evento. Si tienes solvencia económica, consigues a alguien que tenga la tarjeta con la que se venden las entradas y eres rápida o rápido, quizá puedas adquirir los tickets en fase uno, aunque en las últimas ediciones esa fase es más un mito que una realidad.

Nunca se sabe, no es transparente el número de boletos que se tienen que vender para pasar de una fase a otra, otra vez aplican el argumento de oferta y demanda. Si te descuidas, puede que ya no estés a tiempo de comprar en las primeras fases y en abono, porque los tickets individuales cuestan mucho más caros.

La parte clasista de las fases de compra viene con el tipo de abono disponible, hay abonos Comfort Pass, Citibanamex Plus y Abono Club —este último tuvo un costo de 37,535 pesos mexicanos (1,809.19 USD)— estos abonos incluyen cosas como tener baños limpios y dignos, porque aquí hasta hacer del baño se cobra más caro. También, ofertan otras cosas que tienen que ver con la dignidad, pero que ofrecen como amenities, lo que en última instancia y si lo piensas bien es totalmente ridículo.

Los abonos más caros tienen acceso preferencial a los escenarios. No se trata de un espacio reservado afuera de las vallas de contención o en el escenario o en gradas. Se tratan de lugares “exclusivos” al frente del escenario donde también ven el espectáculo de pie como el resto de los asistentes. Así es como el capitalismo y el clasismo operan en su máxima expresión. Si tienes dinero, puedes tener un lugar preferencial para ver al artista separado por una valla de toda la prole que no tiene capacidad financiera para hacerlo.

El CC también fue un hervidero para otro problema en los espectáculos en vivo: los revendedores. Para la gran mayoría de la gente, es casi un hecho que los revendedores son personas que trabajan o tienen relación con Ticketmaster. Todo el mundo queda atónito por la capacidad de los revendedores de tener tantos boletos en su poder cuando hay límite de compra por persona o que, incluso, estés formada en una fila con pocas personas y en cuestión de minutos un evento se agote. Todo esto ha levantado las sospechas entre los fans.

En 2022, un año después de que las restricciones por COVID empezarán a levantarse, los boletos de la edición del Corona Capital para ese año empezaron a venderse. Acostumbrados a la situación, la venta se hizo sin contratiempos o escándalos hasta que una influencer, Miroslava Valdovinos o Cigarros de Miel, por su username en redes sociales, subió una foto diciendo que había vendido 108 boletos que iban desde los 3,690 a los 9,800 pesos mexicanos (178.93 a 475.21 USD).

La gente enardeció y se hizo un escándalo en redes sociales. La chica tuvo que cerrar sus cuentas por el acoso y las amenazas que recibía. El enojo era comprensible y colectivo porque, después de Ticketmaster, el segundo enemigo de los fanáticos son los revendedores. La influencer dijo que no eran boletos de reventa, si no que el propio festival se los había dado y ella no había fijado los precios, sólo recibía una comisión por la venta.

Ticketmaster y el festival no tardaron en deslindarse de la influencer. La boletera dijo que no facilitaba, ni apoyaba la reventa, y el Corona Capital dijo que no daban boletos a gente externa al festival. De hecho, la empresa acabó demandando penalmente a Miroslava Valdovinos. No se sabe mucho sobre en qué etapa está ese proceso, al menos, no es público en una rápida búsqueda por internet.

Por supuesto, no condeno, ni justifico la acción de esta persona. Actuó de forma tonta, cínica y soberbia al subir su historia, presumiendo que estaba “más que jubilada”. Creo que el odio que recibió era el resultado de años y años de injusticias de Ticketmaster y su colusión con la mafia de la reventa. La gente necesitaba a alguien en quien personificar toda esa ira y frustración que tenían. Aunque entiendo esa parte, porque también me enoja y me indigna, la magnitud del acoso que recibió no debería de ser para una persona que fue irresponsable, e insisto, muy tonta, sino que debería personalizarse en los responsables reales de todos estos abusos.

Para ello, me di a la tarea de escarbar un poquito sobre quiénes manejan LiveNation, Ticketmaster México y OCESA, si quieren reclamarle a alguien, que sea a quienes realmente tienen injerencia y responsabilidad absoluta en esto.

Detrás del negocio: los verdaderos responsables

El CEO de LiveNation es un sujeto americano-canadiense, llamado Michael Rapino. Cuando Ticketmaster se enfrentó a la crítica de Robert Smith por los altos costos de los boletos, le preguntaron a Rapino si opinaba que era posible ver a The Cure en un estadio por 20 dólares. Sus respuestas son indignantes pero, sobre todo, dejan claro que para empresas como LiveNation-Ticketmaster lo único que les importa es ver la forma de desangrar a los fanáticos.

Michael Rapino dijo que 20 dólares no eran suficiente, argumentó que muchos fans están dispuestos a pagar por altos precios para boletos porque es un momento especial en su vida, “Es un momento mágico para ellos y sucede quizá dos veces al año, es mucho más barato que Disneyland, el Super Bowl, la NBA o una noche de fiesta”, manifestó en un podcast.

No se detuvo ahí, para Rapino el costo de un boleto es un artículo tan exclusivo y tan «especial» como comprar un bolso de diseñador: “Este es un gran, gran producto que la gente va a comprar, como van a comprar un bolso de Gucci. Hay momentos en la vida en los que van a dar un paso más adelante y mimarse, como comprar un televisor de pantalla grande o lo que sea”. Un bolso Gucci cuesta desde 26,800 pesos mexicanos (1,313 USD) hasta 68,600 pesos mexicanos (3,360 USD). Esto quiere decir que aún no hemos visto el boleto más caro vendido por Ticketmaster.

En México, al frente de Ticketmaster está Ana María Arroyo Salhuana, a quien en 2023, la revista Bloomberg incluyó en su lista de las 500 personas más influyentes de Latinoamérica. Arroyo Salhuana sustituyó a Lorenza Baz que estuvo al frente de Ticketmaster México por 30 años. Baz salió tras el escándalo por los boletos falsos en el concierto de Bad Bunny en el Estado Azteca en diciembre de 2022. De acuerdo con los medios, se estima que alrededor de 2 mil a 3 mil personas se quedaron afuera del concierto, entre ellas las que tenían boletos auténticos y que habían pagado más de 8 mil pesos mexicanos, mismos que, reportó la prensa, en reventa llegaron a costar hasta 500 mil pesos mexicanos (24,065 USD).

Ana María Arroyo Salhuana, directora general de Ticketmaster México.

Ana María Arroyo Salhuana, directora general de Ticketmaster México.

En ese incidente, Ticketmaster se justificó, diciendo que los inconvenientes en los accesos fueron consecuencia de un número sin precedentes de boletos falsos, que provocó que tanta gente se quedara afuera. En fin, pura negligencia y falta de capacidad para reaccionar de una empresa a la que ingresa tanto dinero anualmente.

Sin embargo, Ticketmaster no era el dueño y señor feudal de todo lo relacionado con los eventos en vivos en México. Antes de que tuviera todo el poder Ticketmaster, el negocio del entretenimiento era controlado por OCESA, una empresa fundada en 1990 por Alejandro Soberón Kuri, esposo de la cantante y actriz mexicana Sasha Sokol y fundador, presidente ejecutivo y CEO de Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), empresa detrás de la operación de OCESA.

OCESA inició sus operaciones cuando trajo a la banda INXS al Palacio de los Deportes el 12 de enero de 1991. Grupo Televisa tuvo una importante participación en la empresa hasta que en 2021, LiveNation adquirió el 51% de OCESA y CIE se quedó con el 49%, en una transacción que se valuó en 8 mil millones de pesos mexicanos.

OCESA es el encargado de organizar el Corona Capital y el Vive Latino y es la tercera compañía de eventos en vivo más grande del mundo. De acuerdo con Soberón, en una entrevista con Billboard: “México no es el tercer país más grande del mundo, pero tiene la tercera promotora de eventos más grande del mundo”.

Alejando Soberón Kuri, CEO de CIE.

Aparentemente, los orígenes de Alejandro Soberón no fueron humildes, aunque así lo relató en una conferencia que dio a estudiantes de la Ibero, diciendo que él sólo tuvo 200 pesos para costear su formación profesional. La historia es que su padre, un exacadémico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quería que estudiara Administración de Empresas en la UNAM, pero Soberón se negó porque quería estudiar la licenciatura en la Ibero —una de las escuelas privadas más caras del país— así que le dio 200 para costear sus estudios.

Quizá, si este señor hubiera ido en la UNAM, hubiera aprendido un poco de consciencia de clase, pero nada nos lo asegura. Prejuicios aparte, puede ser que la formación empresarial en una escuela privada le haya dado las herramientas e ideas para erigir un monopolio como OCESA. Alguien que funda una compañía con tanto poder no empieza desde cero y menos con doscientos pesos.

Este mismo señor, tras las cancelaciones de eventos en vivo por la pandemia, vio otra oportunidad de negocio auspiciada por las autoridades mexicanas. Junto con socios como Carlos Slim crearon un centro hospitalario con 900 camas en 17 días para atender la crisis sanitaria. OCESA ahora cuenta con un nuevo negocio llamado CREAMEDIC cuyo negocio es montar hospitales en 90 días; el negocio sigue creciendo, los abusos, seguramente, también.

Investigaciones insuficientes y regulaciones ausentes

De nuevo, las investigaciones y demandas son insuficientes porque hay pocas o ninguna regulación o leyes antimonopolio que hagan que empresas como LiveNation y Ticketmaster rindan cuentas por los abusos o sean sancionadas de tal forma que las obliguen a no cometer faltas. Poco a poco, sobre todo en la Unión Europea, se van haciendo leyes que impidan que las empresas cometan prácticas ilegales, pero someterlas a jurisdicción es algo más complejo.

Si hubiera leyes de debida diligencia para las empresas que cotizan en bolsa, como Ticketmaster, habría sanciones reales y efectos en sus finanzas que, en últimas es lo único que le duele a esta gente, pero en Estados Unidos lo único que veremos es un retroceso de esfuerzos que vayan encaminados a detener prácticas monopólicas.

Algunos analistas opinan que la disolución de Ticketmaster y LiveNation probablemente no sea la solución a todos los problemas. De acuerdo con ellos, aunque eso haría que creciera la competencia, mejorara el servicio y la experiencia de compra y, bajen un poco los precios, Ticketmaster no es el único culpable, también la falta de regulación y sanciones al mercado secundario, que son los revendedores y también todos los costes y tarifas adicionales que se relacionan con la producción de los eventos en vivo.

De acuerdo con Josh Withrow, un analista que escribió al respecto: “Mientras más fans haya y un número finito de asientos en los eventos, los precios seguirán siendo altos”.

Fans: la gasolina del negocio

Si Michael Rapino, CEO de LiveNation, puede asegurar que hay personas dispuestas a pagar por un boleto caro, es porque es verdad. Es lo más perverso del asunto, los fans pagarán la tarifa que se les imponga, la más alta para ver a su artista favorito y eso es lo que aprovechan estos empresarios.

Hay personas que no se explican por qué los fans pagarían más de 30 mil pesos mexicanos por un boleto, cuando el salario mínimo en México es de 419.88 pesos (aproximadamente 20.24 USD). Una persona que gana el salario mínimo tendría que pagar 71.45 veces más de su salario para poder costear un boleto para un show en vivo cuyo costo fuera de 30 mil pesos.

Es una locura, pero para los fans lo que está en juego no es el dinero. Los fans no piensan en la industria, sino en el sueño que representa ver a su artista en vivo, escuchar y corear las canciones que le han acompañado en una vida y una realidad que cada vez es más difícil de sostener y de vivir.

En algo le doy la razón al Rapino, los conciertos son una noche especial, una en un millón. Es el momento donde la insoportable idea de enfrentar los problemas, las frustraciones, las angustias desaparece. Yo siempre digo que los conciertos son los momentos donde más viví el presente, el ahora. En ese sentido, como fan, una piensa que no habría un valor monetario que alcanzara para pagar ese sentimiento.

Hace unos meses leí que los jóvenes (y, ciertamente, no tan jóvenes) están dispuestos a pagar cantidades absurdas por boletos de conciertos, incluso si eso sacrifica su estabilidad financiera, porque no ven futuro cercano con tantas crisis, la climática, económica y social. El pensamiento es: “Si de todos modos me voy a morir mañana, mejor que muera feliz”.

Creo que este pensamiento le ha servido mucho al capitalismo y al consumismo, porque entonces queremos devorarlo todo, total, mañana se acaba el mundo. La cosa es que no se acaba mañana y que, lamentablemente, la extinción del planeta y de sus recursos naturales no va a ser inmediata, sino gradual y vamos a seguir sufriendo las consecuencias.

Es bastante repugnante ver cómo han abusado de los fans, sabiendo perfectamente el valor emocional que hay de por medio. De esta forma, estas empresas tienen un poder más grande que el económico, pues tienen la certeza de qué tan importante es para un fan ver su artista favorito. Por lo que mi propuesta para los fans es la siguiente: reconocer y entender que esto es una industria y un negocio.

Odio ponernos en términos de un número porque no lo somos, pero esto es lo que el capitalismo nos ha hecho. Para la gente que sigue sin entender por qué hay personas “locas” comprando boletos carísimos, sólo piensen que siempre hay alguien que tiene un gusto o vicio que para otros es irracional y que, también para esa gente que minimiza el sentir de los fans hacia sus grupos o artistas, entienda que lo que implica un espectáculo en vivo no es para nada menor.

Cuando vino Taylor Swift a la Ciudad de México, la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo proyectó que la derrama económica por el evento dejaría alrededor de 1,012 millones de pesos. La derrama económica se refiere a todo lo que ingresa en una ciudad o país derivado de un evento como ese: hospedajes, consumo en restaurantes y locales, transporte, etc.

También, de acuerdo con una nota de Infobae, en 2023 la industria de los espectáculos dejó utilidades por 326.7 millones de dólares y se estimaba que creciera 17.4% más para 2028. Los conciertos enriquecen a los que ya son ricos y encarecen la vida de los asistentes que hacen de todo para ir a concierto, desde ahorrar por años hasta endeudarse con las tarjetas de crédito. Declaró Jonathan Kanter, fiscal general del Departamento de Justicia: “La gente ama la música y un monopolio les está obstaculizando el acceso a ella y encareciendo su vida”.

Ahora les voy a contar la terrible experiencia para muchas ARMYs —nombre del fandom de BTS—  al intentar comprar boletos para J-Hope y que fue el catalizador de mi búsqueda y este extenso escrito.

Para poder acceder a la fila virtual de este concierto, como el de cualquiera de los integrantes de BTS, debes comprar una membresía con un costo de aproximadamente 430 pesos mexicanos. HYBE, la poderosa empresa dueña de la agencia que maneja a BTS, decidió establecer dos clases de membresías: una para Estados Unidos, únicamente, y otra para la base de fans global, ¿alguien ve alguna preferencia aquí?

J-Hope abrió fechas sólo para Corea del Sur y Norteamérica (sí, México es parte de Norteamérica). La base de fans de Estados Unidos era la única que podía comprar boleto para ver al artista en cualquiera de las ciudades en dicho país, lo que volcaría que fans de toda Latinoamérica o de otros lugares del mundo intentara conseguir un boleto para alguno de los dos conciertos en México, en un recinto que tiene capacidad para sólo 20 mil personas.

Nunca se revelaron los precios de los boletos, ¿para qué?, si los fans están dispuestos a pagar lo que sea. Hay cuentas en X o en Facebook que se encargaron de poner una aproximación de tarifas que iban desde los 1,950 a los 6,710 pesos mexicanos con todo y cargos. Al inicio, se creía que al registrar tu membresía de fan en la plataforma para idols coreanos, WeVerse, ibas a entrar a un sorteo para poder acceder a la venta. Al final, no hubo tal sorteo y toda persona que tuviera membresía podía acceder a la preventa de fans.

Dicen que se unieron alrededor de 60 mil personas a la plataforma de venta. Cuando esperabas en la fila virtual, había un mensaje de Ticketmaster que decía que los precios rondarían de los 1,500 a los 7 mil pesos mexicanos (72.24 a 339.44 USD). Sólo una vez que estabas dentro, al hacer la compra, te dabas cuenta de que un boleto para la sección A (la más cercana al escenario) con, forzosamente, un paquete VIP costaba casi 20 mil pesos (970 USD).

Cuando querías elegir los boletos en la sección B, que se encuentra en el primer nivel de gradas, estabas forzada a comprar un paquete VIP que terminaba costando más de 13 mil pesos (630.39 USD), cuando el boleto regular tendría que haber costado 6,710 (325.38 USD) pesos mexicanos.

Seleccionar los asientos era un verdadero dolor de cabeza; al hacerlo, te aparecía un mensaje de que “ya habían sido asignados”, entonces no te explicabas por qué se marcaban disponibles si, en realidad, no lo estaban. El acabose fue cuando aplicaron la famosa tarifa dinámica y el boleto más caro estaba arriba de 30 mil pesos (1,454.74 USD), mientras que los boletos más baratos llegaron a costar casi 4 mil pesos mexicanos (193.97 USD).

Como era de esperarse, muchas fans quedaron tristes y decepcionadas, pidiendo que el artista abriera más fechas y contaron estas experiencias en redes sociales. En TikTok, una usuaria expresaba su molestia y preocupación por las tarifas dinámicas y exponía: “Si esto es lo que cuesta un boleto para uno de los miembros, no me imaginó cuánto va a costar una entrada de un concierto de los siete”.

Una fan le contestó molesta que, tal vez, debería de cambiar de grupo favorito o de artista favorito porque se refiere a J-Hope como “uno de los miembros” y yo quedé anonadada por el poco criterio y la falta de sentido común de las personas. Podemos amar la música, podemos amar al artista, pero es urgente entender que, de nuevo, este es un negocio que está lucrando con nuestros sentimientos y está mercantilizando con nuestra admiración por una persona. Al sistema le conviene que los fans peleen entre ellas y ellos, así, la gente se olvida que el verdadero enemigo son las empresas, los empresarios y las autoridades permisivas y laxas.

Asistir o no a un concierto ya no es un tema azaroso, como nos hacen creer. Establecer esos precios de compra y las marometas que hay que hacer para conseguir entradas parece más una estrategia de exclusión: las personas que no “quieran” —más bien no puedan o estén dispuestas— a pagarlo, entonces no merecen tener esa experiencia, ¿por qué escuchar música en vivo tendría que ser un lujo como comprar una bolsa Gucci? Honestamente, al paso que vamos, les falta poco para cobrarnos por ser felices… Esperen, eso es precisamente lo que hacen.

Cuando el CEO de LiveNation dijo que los conciertos “son un producto” que vale la pena pagar y que además es mucho más barato que ir a Disneyland, le quiero decir que el costo por el boleto más caro para ver a J-Hope en México fue mucho más caro que un vuelo redondo a Londres, mucho más caro que la estancia por diez días en Londres y fue mucho más caro que mi renta mensual.

No podemos sólo vivir con el lema “YOLO” (You Only Live Once) porque no es real. Al día siguiente del concierto seguimos vivas, las cuentas se tienen que pagar, esto es, desafortunadamente la vida adulta y me aterra pensar que los conciertos se conviertan en el distractor o adormecimiento del enojo y coraje que NE-CE-SI-TA-MOS para hacerle frente a un mundo donde personas como Michael Rapino hacen lo que les plazca, como lo hace un Elon Musk, un Mark Zuckerber o un Jeff Bezos. No dejemos que mercantilicen nuestra felicidad, porque nuestra felicidad tiene mucho más valor que el que ellos fijan.  

Recuperar nuestro poder como consumidores

Bueno, ya vimos que el que se desintegre como monopolio Ticketmaster y LiveNation puede no ser suficiente para acabar con sus innumerables abusos. También, establecimos que las investigaciones de instituciones en Estados Unidos o Europa son, todavía, pocas, ¿entonces qué podemos hacer? Me parece que lo más fundamental es reconocer el problema y al enemigo en común. Dijo Kevin Erickson, director de la organización de incidencia The Future of Music Coalition: “La música tiene una infraestructura comercial para poder operar, pero es mucho más profundo que eso. Tiene un enorme significado personal para muchos fans de la música”.

Estoy de acuerdo con lo que dice Erickson, pero para ir contrarrestando el poder de Ticketmaster y LiveNation, de nuestro lado debemos entender lo contrario que, aunque para nosotras y nosotros, la música tiene un enorme significado personal, está inmersa en una infraestructura comercial que no está regulada y que difícilmente se sanciona cuando encaja sus dientes sobre nosotras y nosotros.

Así que, además de amantes de la música en vivo, también somos consumidores y tenemos el poder de decidir cómo y cuánto consumir. Las reglas las debemos poner nosotros y nosotras, no al revés. En México, el organismo encargado de vigilar las prácticas monopólicas es la Comisión Federal de Competencia (Cofece), pero ha hecho muy poco por investigar a Ticketmaster, apenas una incipiente investigación el año pasado.

No obstante, la única institución que funciona y en la que creen las y los mexicanos, la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), presentó una demanda de acción colectiva en 2022. En esta demanda, que representaba a cerca de 521 consumidores, Profeco logró que Ticketmaster resarciera a los demandantes con más de 3.4 millones de pesos (164,450 USD) en conjunto. La demanda fue realizada debido a la cancelación unilateral de los eventos, durante el periodo 1 de enero de 2020 al 31 de diciembre de 2023, sin haber ofrecido reembolso.

Un Juez Noveno de Distrito en materia civil de la Ciudad de México admitió la acción colectiva que inició con 432 consumidores contra Ticketmaster y OCESA, a quienes la propia Procuraduría señaló que concentran el 64% de los servicios de entretenimiento a nivel nacional.

De hecho, si fuiste una de las personas afectadas y te cancelaron un evento en las fechas antes mencionadas y no has obtenido tu reembolso, puedes solicitar incorpórate a la acción colectiva para recibir el beneficio del convenio que lograron con la boletera. Tienes hasta el 24 de octubre de este año para hacerlo, encuentras la información en este enlace: acolectivas.profeco.gob.mx/index.php.

Comprar o no comprar, esa es la cuestión

Pero entonces, además de la denuncia pública y en instancias correspondientes, otra forma de protesta es simplemente dejar de ir a concierto… ¿Simplemente? La verdad es que las constantes prácticas encajosas de la empresa han hecho que las personas se radicalicen por el hartazgo y, aunque esta forma de boicot es válida, tampoco estoy segura de que logre demasiado.

Parte de mi familia decidió dejar de ir a conciertos, por lo que representa pagar para seguir sosteniendo a una industria que se hace cada vez más y más rica. Se podría pensar que ir a eventos en vivo no es algo de primera necesidad, ni que son indispensables en la vida de las personas, pero parte del desarrollo integral como un individuo también debería ser tener espacios de esparcimiento, cultura y diversión, eso que se nos ha inculcado hasta el cansancio que es un privilegio, pero que no debería de serlo. En otras palabras, el acceso a la cultura es y debe ser considerado un derecho humano.

Cuando dejé de ir a conciertos por falta de dinero y, posteriormente, por el confinamiento, me di cuenta de que eran una parte importante en mi vida porque, insisto, vivir en este mundo es muy difícil y esos son momentos donde las personas genuinamente pueden ser felices y sentirse bien. Poco a poco, y conforme he ido envejeciendo, me doy cuenta de que hay otros aspectos en mi vida que también son importantes para mí y no es que haya dejado de ver a los conciertos como algo significativo en mi vida, pero ahora ya no lo son todo.

La decisión de boicotear a Ticketmaster no consumiendo, no yendo a sus eventos es una decisión personal. Como dicen en el internet, escuchamos, pero no juzgamos. Pese a ello, me parece que aunque no hay una solución y las que hay son complejas, sí pienso que es muy importante alzar la voz, señalar lo que está mal.

Zach Bryan, es un cantautor estadounidense que se negó a vender boletos en recintos operados por Ticketmaster. Para su mala fortuna, al ver que controla casi todos los venues tuvo que volver con ellos, pero no sin decir lo siguiente: “Para todos mis amigos, sigo odiando a Ticketmaster, pero es duro darte cuenta de que una sola persona no puede cambiar todo el sistema… Continuaré sintiéndome horrible acerca de los precios de los boletos y el injusto mercado”.

Es cierto lo que dijo Bryan, una sola persona no puede cambiar el sistema, pero muchas sí.

Las acciones colectivas como las de Profeco contra Ticketmaster, que vienen de demandas ciudadanas, demuestran que no sólo es necesario quejarse en las redes sociales, sino la organización y acción en grupo. Pedir a nuestras instituciones que tomen cartas en el asunto, que detengan las irregularidades e injusticias de estas empresas. El boicot es una forma, la denuncia pública otra, pero, tal vez, todas ellas y más presión a las autoridades deberían lograr más, hay tanto que aprenderle a la organización comunitaria.

Por cierto, soy fanática de BTS, J-Hope es mi bias wrecker —como le dicen a tu segundo miembro favorito de cualquier grupo de Kpop— y alcancé boleto para verlo en el Palacio de los Deportes. De ninguna manera pagué un boleto de 30 mil pesos, no porque no lo valga, sino porque mi estabilidad financiera, mi salud, mi certidumbre y tranquilidad cotidiana también lo valen. Aun así,  estoy aquí escribiendo esto porque me parece sumamente injusto, rapaz y despiadado lo que hace Ticketmaster y lo que hace la industria del entretenimiento.

No se cieguen por el fanatismo, el Kpop es una industria y, de acuerdo con la Fundación Coreana para el Intercambio Cultural Internacional, es una industria que aportó 9,500 millones de dólares a la economía surcoreana en 2018. En 2023, cuando el grupo femenino BlackPink realizó su gira, se convirtió en el acto de Kpop más taquillero en América del Norte. Si el Kpop fuera sólo música, no girarían en torno a él, miles de productos y mercancías asociados a los artistas que hacen todavía más redituable el negocio. Si el Kpop sigue así, se va a convertir, tarde o temprano, en el género más odiado por los fans por auspiciar tantos abusos.

Quisiera que la música fuera sólo lo que sentimos a nivel profundo y personal, en gran parte lo es. Les aseguro que ningún CEO de Ticketmaster o LiveNation podría sentir lo que nosotros los fanáticos sentimos cuando se apagan las luces de los conciertos, pero para el sistema económico en el que vivimos, la música es un negocio que, si nos descuidamos, seguiremos alimentando con nuestros recursos, nuestra salud y nuestra vida.

Nota para el/la lectora: las conversiones de dólares a pesos y viceversa se realizaron con el tipo de cambio de los días 26, 27 y 28 de enero de 2025.

Desde la mirada de…

Daniela Caballero

Comunicación Social — Periodismo Cultural