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De la globalización al nacionalismo económico

Arrancamos 2024 y es buen momento para hacer un repaso o “corte de caja” de las tendencias económicas que marcarán la agenda de este año y los que siguen de cara a la segunda mitad de la década. En términos generales, sin reparar en posibles eventos particulares e impredecibles que seguramente se presentarán a lo largo de los próximos doce meses, te compartimos dos tendencias que, a nuestro juicio, transformarán el orden económico mundial.

El fin de la globalización

La gran utopía de los globalistas —o quizás haya sido más bien un engaño— era la conformación de un mercado global autorregulado que impulsara el crecimiento económico de todas las naciones del mundo, incluyendo a las menos desarrolladas. Con la caída del muro de Berlín y, una vez terminada la “Guerra Fría”, parecería que la amenaza comunista había sucumbido ante el modelo político y económico anglosajón. Pocos años después, en el 2001, con la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) como la mega fábrica del mundo y la expansión de las cadenas de valor, el sueño globalista se empezó a materializar. Más de dos décadas después  presenciamos, en tiempo real, el desmoronamiento del libre mercado y una de las lecciones que hemos aprendido es que los mercados son incapaces de cohesionar a las sociedades; por el contrario, generan enormes brechas de desigualdad e injusticia.

También hemos aprendido que los mercados globales son incapaces de equilibrar la producción con las finanzas, de hecho, los millonarios se desindustrializan, o dicho de manera más clara y popular “se duermen en sus laureles”, y pierden liderazgo. Esto es lo que está pasando con las naciones de occidente y particularmente con el bloque anglosajón.

El llamado G7 de las naciones occidentales más desarrolladas busca desesperadamente detener su ocaso imperial frente al despertar del dragón asiático, industrioso y pujante. Las “patadas de ahogado” tuvieron un primer episodio en 2018, cuando EE.UU. se embarcó en una guerra de aranceles a las importaciones chinas, imponiéndoles el pago de hasta un 25% de impuestos sobre su valor total. China, en respuesta obligada, ha hecho lo mismo con las importaciones norteamericanas, ¿dónde quedó la apuesta al libre comercio?

 En septiembre del 2022 se consumó el llamado “sabotaje del Nord Stream 1 y 2” con una serie de explosiones submarinas que rompieron los gasoductos que la compañía rusa Gazprom usaba para suministrar gas natural a Alemania y otros países europeos; este evento obligó desde entonces a la Unión Europea (UE) a reducir la compra de gas ruso de un 45% a un 13% del total de su consumo anual. Esta reducción nada ha tenido que ver con las “eficiencias” del mercado, sino con motivos geopolíticos. La consecuencia de esta decisión llevó a que el consumidor europeo pasara de pagar 6 dólares a 45 dólares el MBTU (el BTU es la unidad de medida termal británica que en este caso se expresa en millares), es decir, comprando gas mucho más caro a proveedores amigos, incluidos los EE.UU. En resumen, la eficiencia de los mercados se ha arrodillado ante el “mercado de aliados geopolíticos”.

Otros eventos relevantes que dan cuenta del fin de la globalización y del libre comercio son la aprobación, por parte de la UE, de leyes en “defensa comercial contra las coacciones económicas” que aumentan aranceles y restringen la participación en licitaciones a países que realicen “presiones económicas indebidas”, es decir, frenando a China. También, se ha restringido el ingreso de Huawei al mercado europeo, se ha prohibido la venta de tierras agrícolas a chinos y, en agosto pasado, el presidente norteamericano, Joe Biden, emitió órdenes ejecutivas para prohibir exportaciones e inversiones norteamericanas en China en empresas de semiconductores, inteligencia artificial y telecomunicaciones.

Todo lo anterior está impulsando un reordenamiento en la división del trabajo o, como se suele llamar en el argot económico, las “cadenas de valor”. De hecho, la OMC reporta que desde el 2009 la articulación global de los procesos productivos ya no ha continuado expandiéndose y que, desde entonces, ha comenzado a retraerse paulatinamente (WTO, Global value chain…, 2022). En lo sucesivo, la jerga que manejan los CEO de las grandes corporaciones rondará entre el “nearshoring”, “friendshoring” o, en el eufemismo clásico del management: “reducir riesgos”.

La mutación del Estado benefactor

Los países de latinoamérica también han dado la cara ante este proceso de transformación global del comercio. Inicialmente, países como Cuba, Nicaragua y Venezuela mantuvieron levantada la bandera del socialismo a costa de embargos económicos, intervencionismo político y amenazas de guerra por parte del “Tío Sam” como portavoz del bloque anglosajón. Luego, derivado de luchas sociales de más de 50 años, otros países como Brasil, Bolivia, Ecuador, México, Argentina y, recientemente, Colombia optaron por elegir gobiernos de centro-izquierda, de tal forma que, sumado a la conformación de los BRICS (asociación política y económica opuesta al G7, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, de ahí su acrónimo), han desafiado la vieja idea de que la libertad individual está por encima de los intereses colectivos.

Los señalamientos de populismo para muchos de estos países Latinoamericanos, poco a poco, se han convertido en medidas urgentes adoptadas por naciones desarrolladas. En 2020, ante el confinamiento provocado por la pandemia de Covid-19, la carga tributaria extraordinaria llegó al 18% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial, pero destacadamente en EE.UU. y Europa la fábrica de dólares y euros operó a su máxima capacidad como medida para reducir la inflación, una medida que aplicaron sin cuestionar y que, irónicamente, resulta populista para dichas regiones. Fueron EE.UU. y algunos estados europeos quienes inundaron a sus sociedades en políticas monetarias para pagar salarios, solventar deudas empresariales, sostener las acciones de las empresas e implementar ayudas sociales según información publicada por el Fondo Monetario Internacional, (Monitor fiscal 2021). El endeudamiento público mundial pasó de alrededor del 50% al 80% del PIB en la última década; el gasto público, que durante 30 años se mantuvo en torno al 24% respecto al PIB, en los últimos años ha saltado al 34%, según datos del Banco Mundial publicados en 2023. El elevado endeudamiento público es la nueva normalidad global.

La inflación de los precios al consumidor, sumada al crecimiento en el gasto social para subvencionar servicios fundamentales, tiene a la economía anglosajona al borde de la quiebra. Según el Observatorio Económico Brugel, entre 2022 y julio de 2023, los gobiernos han tenido que subvencionar a sus ciudadanos con 651.000 millones de euros el precio final de la energía eléctrica. En Alemania, esto significa el 5% de su PIB anual. Desde 2002, en EE.UU. se han movilizado cerca de 400.000 millones de dólares para subvencionar la fabricación de autos eléctricos, tecnologías verdes y microchips con diseño y manufactura local. “Consuma americano” es el nuevo lema proteccionista.

Sumado a lo anterior, desde el 2019, las subvenciones estatales a la industria de la Unión Europea, ya sea de manera directa, mediante transferencias y reducciones tributarias, o de manera indirecta, mediante préstamos y garantías, suman anualmente el 3.2% del PIB, según información de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicada en junio pasado. En casos más radicales y que hasta hace pocos años podrían parecer increíbles, países como Francia han nacionalizado la generación de la electricidad o la distribución del gas, como ya sucede en Alemania.

Teniendo a la vista todos estos hechos, me pregunto si ha sido una buena decisión del gobierno mexicano proteger la soberanía energética, ¿tú qué piensas?

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Las ideologías dominantes están cambiando y transformando el orden mundial. De las tesis antiguas sostenidas en el libre mercado, la globalización, el Estado mínimo y el incipiente emprendedurismo, estamos transitando a través de una legitimidad política aún difusa, pero en la que parecen comenzar a destacar otras bases progresistas como la industrialización local, la autonomía tecnológica y la competitividad en mercados regionales marcados por dos grandes bloques mundiales.

El proceso no será súbito, pero se va a acelerar como ya lo hemos visto. Sin embargo, seguiremos viendo espasmos con violento furor melancólico apegados a los trasnochados años gloriosos del libre comercio; al momento, Argentina es uno de ellos. Se trata de fósiles políticos que no por ello son inofensivos y meramente carnavalescos. Los ardientes defensores del libre mercado, como Javier Milei (Argentina) y Jair Bolsonaro (Brasil), han provocado mucha incertidumbre y dolor social en su locura. Lo paradójico es que Latinoamérica, como vanguardia del regreso a las políticas proteccionistas, puede ser también donde se engendren las versiones más crueles de este anacronismo liberal.

Esto no significa que en el corto plazo se imponga el nacionalismo económico. La incertidumbre global aún continuará por una década o quizás más. Mientras tanto, parece que estamos ante el nacimiento de un nuevo modelo económico híbrido, que combina el proteccionismo estratégico militar de los recursos y la industria y, por otra parte, el libre mercado con regulaciones que permitan reducir la brecha de desigualdad moderando la acumulación de la riqueza.

 Estas dos tendencias socioeconómicas afectan de diferente manera a los países, ¿Cuál es el contexto en México? ¿Cuáles son los riesgos y las oportunidades que enfrentaremos?¿Qué preguntas te surjen a ti?

Desde la mirada de…

Ricardo Guadarrama

Estratega Comercial (FMCG & Retail) — Paxia

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